Por indicación
del vicecónsul español Machado los integrantes de la Comisión científica del Pacífico
organizaron una excursión a la isla de Itaparica, distante cuatro leguas de Bahía. Ese
lugar le pareció a Jiménez de la Espada admirable, una especie de país encantado,
según comentara en una carta a su jefe y maestro Graells:
Sin descansar un instante nos internamos
en la isla y a los pocos pasos empezamos a ver volar infinidad de pájaros de tan variadas
especies que en cada tiro matábamos uno diferente. Ya puede V. imaginarse , amigo D.
Mariano, con qué sorpresa veíamos volar por la primera vez las bandadas de periquitos y
crotófagas (género de trepadoras pertenecientes a la familia de los oncúlidos), los
tiraunas (o tirenos, pájaros dentirrestros de vistoso plumaje y propios de América), los
tanagras (pájaros americanos del grupo de los dentirrestros), las cotorras, y todos por
entre los árboles y arbustos, que en España solo había admirado en las estrofas. No fue
menos sorprendente para mí el ver la facilidad con que dejaban acercarse la mayor parte,
sobre todo el que algunos no huyesen a pesar del ruido del escopetazo. Parecía un país
encantado. Sin embargo, si era fácil matarlos, es muy difícil encontrarlos después de
muertos, porque las matas son tan espesas y están tan entrelazadas que el encontrarlos
cuesta a veces un cuarto de hora o más, en cuyo tiempo vale más matar otro. Puede
decirse, sin exageración, que la mitad de lo que uno mata se pierde
En este país
los lagartos no corren, vuelan, y en logrando meterse entre las matas no hay quien los
coja. |